martes, 13 de febrero de 2007
El Día en que Díaz traicionó a la Patria
“Hay muchos pasajes de la historia ignorados, escondidos deliberadamente por los investigadores mercenarios, por los gobiernos corruptos o por los protagonistas interesados en desdibujar su participación en los acontecimientos”, es así como describe el escritor e historiador Francisco Martín Moreno la manipulación histórica que ha vivido nuestra patria desde el siglo XIX, e incluso años antes.
Ahora que él ha podido investigar y encontrar pasajes ocultos que le dan un nuevo giro a la historia mexicana, principalmente hacia una visión conspiradora por parte de la orden clerical, El Pulso de México ha decidido publicar algunos de estos detalles que bien valen la pena sacar a la luz.
Ahora que estamos celebrando el 150 aniversario de la promulgación de la Constitución de 1857, tal vez valiera la pena conocer como es que aquel prestigiado militar que llevo al Emperador extranjero Maximiliano al paredón de la muerte en el Cerro de las Campanas y así cumplir con el mandato constitucional liberal, decidió traicionar su carta magna por temores religiosos y profanos.
Martín Moreno narra en su México ante Dios, esa situación que colocó al dictador entre la espada y… no la pared, sino la cruz.
En 1880 Porfirio Díaz abjuró la Constitución de 1857 y prometió defender las garantías individuales que de ella emanaban, así como la continuidad en la forma de gobierno para que ésta siguiera siendo republicana, representativa, demócrata y federal. Pero el General no tenía idea de que se la avecinaba un problema con “Dios”.
Porfirio Díaz había vivido en concubinato con Delfina Ortega, su primera mujer, su sobrina, la hija nada menos que de su hermana Manuela, con la que procreó cinco hijos, de los cuales tres ya habían fallecido en esas fechas. El dictador no estaba casado por la Iglesia con Delfina, una omisión imperdonable que el día del Juicio Final podría tener consecuencias terribles para ambos, en particular para Delfina, quien al estar ya muy próxima a la muerte, a pesar de contar con tan sólo treinta y dos años de edad, bien podría ser condenada, por ese hecho, a pasar la eternidad en el infierno.
El arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos había sido llamado al lecho de muerte de Delfina Ortega para que le administrara lo más pronto posible la extremaunción, dado que su deceso parecía inminente en esas últimas horas del siete de abril de 1880. Sin embargo, el alto prelado le comunicó a la afligida mujer que no podría absolverla porque no estaba casada con Díaz de acuerdo a las leyes de Dios.
Por tal motivo la moribunda mujer pidió al padre que convenciera a Díaz para casarse inmediatamente y así poder librarse del infierno. Ella le indicó que había hecho feliz al General, le había dado hijos y mucho amor, por ello le pedía al arzobispo que fuera y lo trajera como diera lugar. Al principio el hombre le puso un obstáculo de sangre a la agonizante, pues según los designios sagrados, no podía dar en matrimonio a dos personas de sangre directa, pero buscando mejor provecho a la situación, decidió hablar con Díaz.
El arzobispo buscó en el salón contiguo de Palacio Nacional al presidente de la República para plantearle el problema. Don Porfirio estaba ante su escritorio, cuando lo vio entrar, inmediatamente el hombre religioso le explicó que la peritonitis había envenado el cuerpo de Delfina, y que si no actuaban cuanto antes, la mujer caería en la garras de Satanás por varias razones: la primera porque era su sobrina sanguínea, la segunda porque vivía en concubinato con él, en tercer lugar porque tuvieron cinco hijos y el cuarto y más importante, porque jamás obtuvieron la bendición de Dios para formar una familia. De modo que el presidente cargaría esa losa de por vida.
El General no dudo, y le pidió al padre que los casara. Ambos se presentaron ante el lecho de muerte de Delfina. Ya teniendo a ambos como presas, soltó el primer tiro el arzobispo, manifestándoles que no podía casarlos, porque había un impedimento superior, el cual se trataba del juramento que había hecho Don Porfirio para someterse y defender la Constitución de 1857. Por ese solo hecho la Iglesia católica lo había excomulgado por haber atacado el patrimonio y los privilegios divinos.
Ocultándose detrás de la sotana le explicó al general que desde ese año estaba excomulgado, y por ende podía pasar por alto, con la benevolencia del Señor, el impedimento sanguíneo, pero, eso sí, no podía casar a un excomulgado.
Entonces fue cuando le dio la solución, al explicarle que la única manera de salvar del infierno a la mujer era a través de su abjuración a la Constitución de 1857 por escrito. El rostro de Díaz se congestionó. El destino lo había puesto en contra del ejército que él había encabezado para expulsar a Maximiliano, de su ideología liberal, de su carrera política.
Finalmente, Porfirio Díaz abjuro a la Constitución para salvar a su amada Delfina de las llamas del infierno, a través de una carta en donde se reconoció católico, y además daba la orden para regresar los bienes que antes estaban en nombre de la Iglesia. Horas después Delfina Ortega de Díaz moriría según reza la inscripción de su tumba en el cementerio del Tepeyac.
Y así, se cumpliría la primera gran traición del General liberal Porfirio Díaz a la nación.
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1 comentario:
Lo mismo hizo la iglesia con los miembros de la cámara de diputados del entonces presidente Benito Juárez García cuando los amenazaba con excomulgar si tomaban protesta de su cargo.
Sería bueno que escribieran acerca de las apariciones a Juan Diego por Joaquín garcía I.
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