lunes, 25 de junio de 2007
La Otra Historia del Padre de la Patria
Por Guillermo Solís
Don Miguel Hidalgo y Costilla no fue sólo el Padre de la Patria, también fue el padre de Josefa y Micaela, y se especula que de varios más, aunque sus nombres no se conozcan oficialmente.
Por generaciones, los descendientes del prócer de la Independencia guardaron el secreto. Del "abuelo" Miguel se hablaba sólo muy en familia y a puerta cerrada. Y es que descender de un héroe nacional podría ser motivo de orgullo si no fuera por su condición sacerdotal, máxime en una sociedad tan apegada a la religión católica como lo es la guanajuatense.
Pero los tiempos cambian y si en el juicio de la historia a nadie escandaliza que un cura encabezara la lucha armada para liberar al pueblo mexicano del dominio español, tampoco es para espantar que Hidalgo no haya sido muy respetuoso de su celibato.
En 1985, al cumplirse 175 años del inicio de la Guerra de Independencia, el Gobierno de Guanajuato reconoció a los hermanos Rodrigo, Enedina, Mercedes, María, María Dolores, Germán, María Esther, Víctor y Esperanza Vázquez Mendoza como la quinta generación de descendientes directos del Padre de la Patria.
El reconocimiento fue entregado por Manuel Bartlett, entonces Secretario de Gobernación, en el pueblo de Corralejo, Municipio de Pénjamo, lugar de nacimiento de Hidalgo. Así se confirmó oficialmente lo que los historiadores habían descubierto sobre la relación amorosa que sostuvo don Miguel Hidalgo y Costilla con doña Josefa Quintana
Josefa y Miguel
María Esther Vázquez Mendoza, una de los nueve descendientes de la quinta generación del cura Hidalgo reconocidos oficialmente, cuenta que por relatos de familia sabe que el prócer de la Independencia conoció a Josefa Quintana en San Felipe, Municipio colindante con esta población.
De acuerdo a los historiadores, Hidalgo estuvo a cargo del curato de San Felipe de 1793 a 1800 y fue en esa época que amplió su biblioteca con libros de intelectuales franceses que estaban prohibidos por la iglesia y la corona española.
"Hidalgo era un hombre muy culto y le gustaba compartir sus conocimientos, por eso formaba grupos literarios y teatrales'', refiere María Esther, "en San Felipe, en uno de esos grupos teatrales conoció a doña Josefa con la que tuvo dos hijas''.
Debió ser fuerte el amor, pues cuando en 1802 el cura fue comisionado a la Parroquia de Dolores, se trajo de San Felipe a Doña Josefa y a sus hijas Micaela y Josefa. Tuvieron que haber sido muy reservados o de plano la relación debió causar escándalo en el pueblo, pues Hidalgo instaló a mujer e hijas en una casa ubicada a menos de 50 metros de donde él vivía.
De hecho esa casa ubicada en la calle que ahora lleva el nombre de Hidalgo número 6, es aún propiedad de la familia descendiente de Doña Josefa Quintana.
De las dos hijas que tuvieron, Micaela se casó con Julián de Mendoza y procrearon dos hijos a los que llamaron Ignacia y Francisco.
Doña Ignacia Mendoza Quintana tuvo un hijo al llamó Vicente y que a su vez se casó con Doña Refugio, con la que engendró dos hijos de nombres Juliana y José.
Don José murió sin descendencia, mientras que Juliana contrajo matrimonio con Víctor Vázquez y tuvieron nueve hijos que son los que oficialmente han sido reconocidos como descendientes de Hidalgo, rompiéndose el secreto que la familia se había impuesto por generaciones.
María Esther comenta que no fueron ellos, sino los historiadores, que dieron con documentos y datos que revelaban estos sucesos, los que hicieron público el parentesco.
De los nueve hijos del matrimonio de Juliana Mendoza y Víctor Vázquez ya murieron Enedina y Rodrigo, este último fue el fundador del Banco del Ejército y la Armada de México.
viernes, 25 de mayo de 2007
Épocas de Monarquía Mexicana
Por Guillermo Solís
México siempre ha tenido gobiernos monárquicos a lo largo de su historia. Incluso desde la época prehispánica, los máximos gobernantes eran emperadores, y en ellos se depositaba toda la ley divina que emanaba de los dioses. Posteriormente al llegar el periodo de la Conquista, estuvimos bajo el yugo de la corona española, y nos convertimos en una colonia de virreyes y señores imperiales. No fue diferente en el devenir independiente, pues Agustín de Iturbide no sólo simbolizó su gobierno con una coronación, sino también hizo actos propios de los gobiernos absolutistas europeos.
Mayo es un mes que nos debe hacer recordar esos tiempos en que la Nación era gobernada por hombres que mantenían el poder bajo su brazo, y que sólo su palabra era válida para propiciar el progreso o la decadencia de nuestra ahora amada república.
En este mes dos de las grandes monarquías que caracterizaron al México “Independiente” se dieron lugar: la encabezada por Santa Anna, quien el 16 de mayo de 1833 asume por primera vez la presidencia de México; y la de Maximiliano y Carlota, quienes el 29 de mayo de 1864 desembarcaron en Veracruz nombrados soberanos de México.
De la misma forma, el 25 de mayo de 1911 terminó una monarquía “disfrazada” que llevó las riendas del país durante casi 30 años: El Porfiriato.
Santa Anna, “Su Alteza Serenísima”
Antonio de Padua María Severiano López de Santa Anna, dominó la política mexicana durante un cuarto de siglo. A partir de 1833, fecha de su primera elección presidencial, se inició el proceso de sus ausencias interesadas, el nombramiento y destitución de presidentes y políticos, a los que manejaba a su antojo. Fue presidente y dejó de serlo en siete ocasiones. Su política llevó al levantamiento de los colonos texanos, que proclamaron su independencia.
En 1841 ya había rechazado la Constitución liberal de 1824 y se había proclamado a sí mismo presidente de México, con poderes dictatoriales. Intentó implantar la monarquía, resistió al levantamiento popular, pero finalmente fue derrocado en 1845. Regresó a México en 1846, tras haber acordado con el presidente de Estados Unidos, James Polk, que trabajaría por la paz para poner fin a la Guerra Mexicano-estadounidense (1846-1848).
Pero, por el contrario, dirigió al Ejército mexicano en su enfrentamiento contra Estados Unidos. Tras la caída de Ciudad de México en 1847, Santa Anna huyó a Jamaica, pero en 1853 fue llamado de nuevo, y una vez más, se proclamó dictador. Una severa administración provocó su derrocamiento dos años más tarde, después de lo cual se exilió en el Caribe. Finalmente, se le permitió regresar al país en 1874 y murió en Ciudad de México, el 20 de junio de 1876, viejo y sin recursos.
El Segundo Imperio
El segundo Imperio Mexicano fue creado en 1864 con Fernando Maximiliano I de Habsburgo-Lorena, como Emperador de México apoyado por los ejércitos Conservador de México y el ejército Imperial Francés.
Los conservadores mexicanos consiguieron que el emperador de Francia, Napoleón III, que quería formar un gran imperio y frenar el crecimiento de los Estados Unidos de América, se interesara en imponer como gobernante de México a un príncipe europeo. El escogido fue el archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo, quien creyó a los conservadores, que lo convencieron de que sería bien recibido, y aceptó la corona. Llegó a México en 1864, con su esposa, la princesa belga Carlota Amalia; su gobierno duraría tres años. Era un hombre culto, de ideas liberales. Esto le hizo perder la simpatía de la Iglesia católica y algunos apoyos entre los conservadores.
La mayoría de los mexicanos defendieron la soberanía de su país y respaldaron a Juárez que representaba el gobierno nacional. Presionado por los Estados Unidos de América, Napoleón III retiró de México sus tropas gracias a las cuales Maximiliano se había sostenido; para los liberales fue entonces más fácil derrotar a los invasores. El emperador se rindió y en junio de 1867 fue fusilado junto con sus generales mexicanos, Tomás Mejía y Miguel Miramón. Desde entonces, nadie ha vuelto a proponer un gobierno monárquico para México.
El Porfiriato
En la historia de México, se denomina porfiriato a los aproximadamente 30 años que gobernó el país el general Porfirio Díaz en forma intermitente desde 1876 (al término del gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada), hasta mayo de 1911 (en que renunció a la presidencia por la fuerza de la revolución encabezada por Francisco I. Madero y los hermanos Flores Magón).
El fallecimiento de Benito Juárez en 1872, significó la pérdida del único líder civil capaz de dominar al militarismo renaciente, que trabajaba furtivamente dominado por la figura de Porfirio Díaz, quien se venía haciendo notorio desde diez años atrás. Presintiendo que el presidente Lerdo de Tejada intentaría reelegirse, Díaz volvió a levantarse en armas. Formado en las Luchas por la Reforma y contra la intervención extranjera, Díaz gozaba de gran prestigio entre los militares y de renombre en los círculos políticos del país. Con el triunfo del Plan de Tuxtepec, el cual lo llevó a la Presidencia de México para gobernar el periodo que comprende de 1877 a 1911 con un breve intermedio durante el gobierno de Manuel González.
Aunque Porfirio Díaz reiteraba que ya el país se encontraba listo para la democracia, en 1910, a la edad de 80 años, presentó su candidatura para una nueva reelección. Ante estos hechos, Francisco I. Madero convocó a la rebelión, la cual surgió el 20 de noviembre de ese año.
Por Guillermo Solís
México siempre ha tenido gobiernos monárquicos a lo largo de su historia. Incluso desde la época prehispánica, los máximos gobernantes eran emperadores, y en ellos se depositaba toda la ley divina que emanaba de los dioses. Posteriormente al llegar el periodo de la Conquista, estuvimos bajo el yugo de la corona española, y nos convertimos en una colonia de virreyes y señores imperiales. No fue diferente en el devenir independiente, pues Agustín de Iturbide no sólo simbolizó su gobierno con una coronación, sino también hizo actos propios de los gobiernos absolutistas europeos.
Mayo es un mes que nos debe hacer recordar esos tiempos en que la Nación era gobernada por hombres que mantenían el poder bajo su brazo, y que sólo su palabra era válida para propiciar el progreso o la decadencia de nuestra ahora amada república.
En este mes dos de las grandes monarquías que caracterizaron al México “Independiente” se dieron lugar: la encabezada por Santa Anna, quien el 16 de mayo de 1833 asume por primera vez la presidencia de México; y la de Maximiliano y Carlota, quienes el 29 de mayo de 1864 desembarcaron en Veracruz nombrados soberanos de México.
De la misma forma, el 25 de mayo de 1911 terminó una monarquía “disfrazada” que llevó las riendas del país durante casi 30 años: El Porfiriato.
Santa Anna, “Su Alteza Serenísima”
Antonio de Padua María Severiano López de Santa Anna, dominó la política mexicana durante un cuarto de siglo. A partir de 1833, fecha de su primera elección presidencial, se inició el proceso de sus ausencias interesadas, el nombramiento y destitución de presidentes y políticos, a los que manejaba a su antojo. Fue presidente y dejó de serlo en siete ocasiones. Su política llevó al levantamiento de los colonos texanos, que proclamaron su independencia.
En 1841 ya había rechazado la Constitución liberal de 1824 y se había proclamado a sí mismo presidente de México, con poderes dictatoriales. Intentó implantar la monarquía, resistió al levantamiento popular, pero finalmente fue derrocado en 1845. Regresó a México en 1846, tras haber acordado con el presidente de Estados Unidos, James Polk, que trabajaría por la paz para poner fin a la Guerra Mexicano-estadounidense (1846-1848).
Pero, por el contrario, dirigió al Ejército mexicano en su enfrentamiento contra Estados Unidos. Tras la caída de Ciudad de México en 1847, Santa Anna huyó a Jamaica, pero en 1853 fue llamado de nuevo, y una vez más, se proclamó dictador. Una severa administración provocó su derrocamiento dos años más tarde, después de lo cual se exilió en el Caribe. Finalmente, se le permitió regresar al país en 1874 y murió en Ciudad de México, el 20 de junio de 1876, viejo y sin recursos.
El Segundo Imperio
El segundo Imperio Mexicano fue creado en 1864 con Fernando Maximiliano I de Habsburgo-Lorena, como Emperador de México apoyado por los ejércitos Conservador de México y el ejército Imperial Francés.
Los conservadores mexicanos consiguieron que el emperador de Francia, Napoleón III, que quería formar un gran imperio y frenar el crecimiento de los Estados Unidos de América, se interesara en imponer como gobernante de México a un príncipe europeo. El escogido fue el archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo, quien creyó a los conservadores, que lo convencieron de que sería bien recibido, y aceptó la corona. Llegó a México en 1864, con su esposa, la princesa belga Carlota Amalia; su gobierno duraría tres años. Era un hombre culto, de ideas liberales. Esto le hizo perder la simpatía de la Iglesia católica y algunos apoyos entre los conservadores.
La mayoría de los mexicanos defendieron la soberanía de su país y respaldaron a Juárez que representaba el gobierno nacional. Presionado por los Estados Unidos de América, Napoleón III retiró de México sus tropas gracias a las cuales Maximiliano se había sostenido; para los liberales fue entonces más fácil derrotar a los invasores. El emperador se rindió y en junio de 1867 fue fusilado junto con sus generales mexicanos, Tomás Mejía y Miguel Miramón. Desde entonces, nadie ha vuelto a proponer un gobierno monárquico para México.
El Porfiriato
En la historia de México, se denomina porfiriato a los aproximadamente 30 años que gobernó el país el general Porfirio Díaz en forma intermitente desde 1876 (al término del gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada), hasta mayo de 1911 (en que renunció a la presidencia por la fuerza de la revolución encabezada por Francisco I. Madero y los hermanos Flores Magón).
El fallecimiento de Benito Juárez en 1872, significó la pérdida del único líder civil capaz de dominar al militarismo renaciente, que trabajaba furtivamente dominado por la figura de Porfirio Díaz, quien se venía haciendo notorio desde diez años atrás. Presintiendo que el presidente Lerdo de Tejada intentaría reelegirse, Díaz volvió a levantarse en armas. Formado en las Luchas por la Reforma y contra la intervención extranjera, Díaz gozaba de gran prestigio entre los militares y de renombre en los círculos políticos del país. Con el triunfo del Plan de Tuxtepec, el cual lo llevó a la Presidencia de México para gobernar el periodo que comprende de 1877 a 1911 con un breve intermedio durante el gobierno de Manuel González.
Aunque Porfirio Díaz reiteraba que ya el país se encontraba listo para la democracia, en 1910, a la edad de 80 años, presentó su candidatura para una nueva reelección. Ante estos hechos, Francisco I. Madero convocó a la rebelión, la cual surgió el 20 de noviembre de ese año.
viernes, 23 de marzo de 2007
69 Aniversario de la Expropiación Petrolera
Por Guillermo Solís
Durante años, los trabajadores buscaron hacer valer sus derechos laborales, en tanto que los propietarios de las compañías extranjeras intentaban por todos los medios mantener sus ganancias.
De esta forma, el abril de 1915, trabajadores de la refinería de El Aguila realizaron una huelga, la cual se levantó tres días después al concluir las negociaciones entre la empresa y los huelguistas. Con este movimiento, se inició el sindicalismo petrolero, que marcaría el comienzo de una acción concertada de protesta laboral en contra de las compañías petroleras. Durante 1916 y 1917 hubo otros intentos de emplazamiento a huelga a el "El Aguila" y la "Huasteca Petroleum"; sin embargo, estos movimientos fueron reprimidos violentamente por el Ejército y guardias blancas, castigando a los incitadores.
En 1919, se registraron nuevos conflictos laborales, esta vez en contra de la "Pierce Oil Corporation", en Tampico, que se extendieron hacia las compañías "Huasteca", "Corona", "El Aguila", "Mexican Gulf y Texas". En esa época, el Ejército Mexicano intervino para disolver un movimiento de huelguistas, quienes pretendían incendiar la refinería de la "Pierce Oil Corporation".
Una vez más, en 1924, se levantó una huelga en Tampico contra "El Aguila", en la cual los trabajadores resultaron triunfantes al lograr que la empresa reconociese al sindicato y se concertase la firma de un contrato colectivo de trabajo, uno de los primeros en el país. Esto sería significativo para los acontecimientos futuros en el campo sindical petrolero.
De esta manera, uno de las primeras acciones importantes del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana -constituido el 16 de agosto de 1935- fue la redacción de un proyecto de contrato, el cual se elaboró luego de la experiencia del conflicto generado en 1924 en contra de la compañía "El Aguila". Este documento pretendía sustituir los distintos contratos colectivos que regían las relaciones laborales en cada una de las empresas.
Este documento, llamado "Contrato Colectivo de Aplicación General", se envió a cada una de las 17 compañías petroleras y navieras, mientras que el sindicato petrolero advertía de un emplazamiento a huelga si no se aceptaban negociaciones sobre las bases de este proyecto, el cual recibió una concertada negativa por parte de los patrones, quienes, por su parte, tenían otra propuesta laboral que no fue aceptada tampoco por los trabajadores.
Debido a este desacuerdo, el 28 de mayo de 1937 estalló una huelga en contra de las compañías extranjeras que duró doce días, la cual fue declarada legal por parte de la Junta de Conciliación y Arbitraje, lo que motivó la intervención conciliatoria del gobierno del Presidente Cárdenas ante la gravedad de la paralización en la vida económica del país.
Luego de que los trabajadores reanudaron sus actividades el 9 de junio de ese año, la Junta de Conciliación emitió un Laudo a su favor en el juicio laboral que habían entablado en contra de las compañías extranjeras. En este juicio, las autoridades laborales incluyeron la realización de un peritaje sobre las condiciones financieras y operativas de las empresas para saber realmente si podían o no cumplir las exigencias del sindicato.
Ante el incumplimiento del Laudo emitido por la Junta de Conciliación y Arbitraje que condenaba a las compañías extranjeras a cumplir las recomendaciones hechas por dicho peritaje, el 18 de marzo de 1938, el Presidente Lázaro Cárdenas del Río decretó la expropiación de la industria petrolera, luego de que los empresarios no sólo incurrían en un caso de rebeldía ante una sentencia, sino que vulneraban la misma soberanía nacional, dejándola a expensas de las maniobras del capital extranjero.
El país enfrentó serias dificultades técnicas y económicas para sacar adelante a la industria petrolera después de la expropiación petrolera. Sin embargo, a partir de ese momento, se dio el impulso para que México diera un salto importante en su proceso de industrialización, en el cual el petróleo tuvo un gran valor estratégico.
El 7 de junio de 1938 se creó Petróleos Mexicanos para administrar y operar la industria petrolera nacionalizada. Asimismo, se añadió a la Constitución un artículo para que esta industria no pudiera ser adquirida, poseída o explotada por particulares. Por decreto, publicado el 9 de noviembre de 1940, se suprimía el otorgamiento de concesiones en la industria y la explotación de los hidrocarburos sólo podría realizarla el Estado Mexicano.
En los primeros días de la expropiación petrolera, algunas refinerías estaban paralizadas y otras laboraban a la mitad de su capacidad, cuyo funcionamiento, por falta de equipo, era realmente precario. Pese a todos estos problemas, PEMEX pudo mantener el nivel de ocupación y concedió buena parte de las mejoras laborales anotadas en el laudo de la junta de trabajo.
La nueva administración, bajo el mando del ingeniero Vicente Cortés Herrera, emprendió la reparación de plantas refinadoras y tuberías, pintó las estaciones de servicio, adquirió unidades de transporte, pagó impuestos y rebajó los precios de los productos para el consumidor nacional.
martes, 13 de febrero de 2007
El Día en que Díaz traicionó a la Patria
“Hay muchos pasajes de la historia ignorados, escondidos deliberadamente por los investigadores mercenarios, por los gobiernos corruptos o por los protagonistas interesados en desdibujar su participación en los acontecimientos”, es así como describe el escritor e historiador Francisco Martín Moreno la manipulación histórica que ha vivido nuestra patria desde el siglo XIX, e incluso años antes.
Ahora que él ha podido investigar y encontrar pasajes ocultos que le dan un nuevo giro a la historia mexicana, principalmente hacia una visión conspiradora por parte de la orden clerical, El Pulso de México ha decidido publicar algunos de estos detalles que bien valen la pena sacar a la luz.
Ahora que estamos celebrando el 150 aniversario de la promulgación de la Constitución de 1857, tal vez valiera la pena conocer como es que aquel prestigiado militar que llevo al Emperador extranjero Maximiliano al paredón de la muerte en el Cerro de las Campanas y así cumplir con el mandato constitucional liberal, decidió traicionar su carta magna por temores religiosos y profanos.
Martín Moreno narra en su México ante Dios, esa situación que colocó al dictador entre la espada y… no la pared, sino la cruz.
En 1880 Porfirio Díaz abjuró la Constitución de 1857 y prometió defender las garantías individuales que de ella emanaban, así como la continuidad en la forma de gobierno para que ésta siguiera siendo republicana, representativa, demócrata y federal. Pero el General no tenía idea de que se la avecinaba un problema con “Dios”.
Porfirio Díaz había vivido en concubinato con Delfina Ortega, su primera mujer, su sobrina, la hija nada menos que de su hermana Manuela, con la que procreó cinco hijos, de los cuales tres ya habían fallecido en esas fechas. El dictador no estaba casado por la Iglesia con Delfina, una omisión imperdonable que el día del Juicio Final podría tener consecuencias terribles para ambos, en particular para Delfina, quien al estar ya muy próxima a la muerte, a pesar de contar con tan sólo treinta y dos años de edad, bien podría ser condenada, por ese hecho, a pasar la eternidad en el infierno.
El arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos había sido llamado al lecho de muerte de Delfina Ortega para que le administrara lo más pronto posible la extremaunción, dado que su deceso parecía inminente en esas últimas horas del siete de abril de 1880. Sin embargo, el alto prelado le comunicó a la afligida mujer que no podría absolverla porque no estaba casada con Díaz de acuerdo a las leyes de Dios.
Por tal motivo la moribunda mujer pidió al padre que convenciera a Díaz para casarse inmediatamente y así poder librarse del infierno. Ella le indicó que había hecho feliz al General, le había dado hijos y mucho amor, por ello le pedía al arzobispo que fuera y lo trajera como diera lugar. Al principio el hombre le puso un obstáculo de sangre a la agonizante, pues según los designios sagrados, no podía dar en matrimonio a dos personas de sangre directa, pero buscando mejor provecho a la situación, decidió hablar con Díaz.
El arzobispo buscó en el salón contiguo de Palacio Nacional al presidente de la República para plantearle el problema. Don Porfirio estaba ante su escritorio, cuando lo vio entrar, inmediatamente el hombre religioso le explicó que la peritonitis había envenado el cuerpo de Delfina, y que si no actuaban cuanto antes, la mujer caería en la garras de Satanás por varias razones: la primera porque era su sobrina sanguínea, la segunda porque vivía en concubinato con él, en tercer lugar porque tuvieron cinco hijos y el cuarto y más importante, porque jamás obtuvieron la bendición de Dios para formar una familia. De modo que el presidente cargaría esa losa de por vida.
El General no dudo, y le pidió al padre que los casara. Ambos se presentaron ante el lecho de muerte de Delfina. Ya teniendo a ambos como presas, soltó el primer tiro el arzobispo, manifestándoles que no podía casarlos, porque había un impedimento superior, el cual se trataba del juramento que había hecho Don Porfirio para someterse y defender la Constitución de 1857. Por ese solo hecho la Iglesia católica lo había excomulgado por haber atacado el patrimonio y los privilegios divinos.
Ocultándose detrás de la sotana le explicó al general que desde ese año estaba excomulgado, y por ende podía pasar por alto, con la benevolencia del Señor, el impedimento sanguíneo, pero, eso sí, no podía casar a un excomulgado.
Entonces fue cuando le dio la solución, al explicarle que la única manera de salvar del infierno a la mujer era a través de su abjuración a la Constitución de 1857 por escrito. El rostro de Díaz se congestionó. El destino lo había puesto en contra del ejército que él había encabezado para expulsar a Maximiliano, de su ideología liberal, de su carrera política.
Finalmente, Porfirio Díaz abjuro a la Constitución para salvar a su amada Delfina de las llamas del infierno, a través de una carta en donde se reconoció católico, y además daba la orden para regresar los bienes que antes estaban en nombre de la Iglesia. Horas después Delfina Ortega de Díaz moriría según reza la inscripción de su tumba en el cementerio del Tepeyac.
Y así, se cumpliría la primera gran traición del General liberal Porfirio Díaz a la nación.
martes, 16 de enero de 2007
100 Años de la Matanza de Río Blanco
Por Guillermo Solís
Este 7 de enero conmemoramos el 100 aniversario de la gesta histórica de Río Blanco, como el año pasado fue Cananea. Ambas luchas iniciaron la era moderna de la que la clase obrera y los trabajadores del campo y la ciudad reivindicaron su papel ciudadano digno con plenos derechos políticos y humanos, así como laborales y sindicales.
La Huelga
La historia de la fábrica y del pueblo se divide en dos épocas: antes de la huelga y después de la huelga.
Un volante que se difundió en la época decía lo siguiente: “En México no hay leyes de trabajo en vigor que protejan a los trabajadores; no se ha establecido la inspección de las fábricas; no hay reglamentos eficaces contra el trabajo de los menores; no hay procedimiento mediante el cual los obreros puedan cobrar indemnización por daños, por heridas o por muerte en las minas o en las máquinas. Los trabajadores, literalmente, no tienen, derechos que los patrones estén obligados a respetar. El grado de explotación lo determina la política de la empresa; esa política, en México, es como la que pudiera prevalecer en el manejo de una caballeriza, en una localidad en que los caballos fueran muy baratos, donde las utilidades derivadas de su uso fueran sustanciosas, y donde no existiera sociedad protectora de animales”.
Los seis mil trabajadores de la fábrica de Río Blanco no estaban conformes con pasar 13 horas diarias en compañía de esa maquinaria estruendosa y en aquella asfixiante atmósfera, sobre todo con salarios de 50 a 75 centavos al día. Tampoco lo estaban con pagar a la empresa, de tan exiguos salarios, $2 por semana en concepto de renta por los cuchitriles de dos piezas y piso de tierra que llamaban hogares. Todavía estaban menos conformes con la moneda en que se les pagaba; ésta consistía en vales contra la tienda de la compañía, que era el ápice de la explotación: en ella la empresa recuperaba hasta el último centavo, que pagaba en salarios. Pocos kilómetros más allá de la fábrica, en Orizaba, los mismos artículos podían comprarse a precios menores; entre 25 y 75%; pero a los operarios les estaba prohibido comprar sus mercancías en otras tiendas.
Los obreros de Río Blanco no estaban contentos. El poder de la compañía se cernía sobre ellos como una montaña; detrás, y por encima de la empresa, estaba el gobierno. En apoyo de la compañía estaba el propio Porfirio Díaz, puesto que él no sólo era el gobierno, sino un fuerte accionista de la misma. Sin embargo, los obreros se prepararon a luchar. Organizaron en secreto un sindicato: el Círculo de Obreros; efectuaban sus reuniones, no en masa, sino en pequeños grupos en sus hogares, con el objeto de que las autoridades no pudieran enterarse de sus propósitos.
Tan pronto como la empresa supo que los trabajadores se reunían para discutir sus problemas, comenzó a actuar en contra de ellos. Por medio de las autoridades policíacas, expidió una orden general que prohibió a los obreros, bajo pena de prisión, recibir cualquier clase de visitantes, incluso a sus parientes. Las personas sospechosas de haberse afiliado al sindicato fueron encarceladas inmediatamente, además de que fue clausurado un semanario conocido como amigo de los obreros y su imprenta confiscada.
En esta situación se declaró una huelga en las fábricas textiles de la ciudad de Puebla, en el Estado vecino, las cuales también eran propiedad de la misma compañía; los obreros de Puebla vivían en iguales condiciones que los de Río Blanco.
Al iniciarse el movimiento en aquella ciudad, la empresa decidió dejar que la naturaleza tomase su curso, puesto que los obreros carecían de recursos económicos; es decir, se trataba de rendir por hambre a los obreros, lo cual la empresa creía lograr en menos de 15 días. Sin embargo, no habían tomado en cuenta que los trabajadores de Río Blanco y de otras localidades ayudarían en su paro económicamente hablando a los poblanos. Al enterarse, los dueños de la fábrica suspendieron labores en el municipio veracruzano y evitó que llegara ayuda de otras entidades.
Ya sin trabajo, los obreros, de Río Blanco formaron pronto la ofensiva; declararon la huelga y formularon una serie de demandas para aliviar hasta cierto punto las condiciones en que vivían; pero las demandas no fueron atendidas.
Los seis mil obreros y sus familias empezaron a pasar hambre. Durante dos meses pudieron resistir explorando las montañas próximas en busca de frutos silvestres; pero éstos se agotaron y después, engañaban el hambre con indigeribles raíces y hierbas que recogían en las laderas. En la mayor desesperación, se dirigieron al más alto poder que conocían, a Porfirio Díaz, y le pidieron clemencia; le suplicaron que investigara la justicia de su causa y le prometieron acatar su decisión.
El presidente Díaz simuló investigar y pronunció su fallo; pero éste consistió en ordenar que la fábrica reanudara sus operaciones y que los obreros volvieran a trabajar jornadas de 13 horas sin mejoría alguna en las condiciones de trabajo.
Fieles a su promesa los huelguistas de Río Blanco se prepararon a acatar el fallo, pero se hallaban debilitados por el hambre, y para trabajar necesitaban sustento.
En consecuencia, el día de su rendición, los obreros se reunieron frente a la tienda de raya de la empresa y pidieron para cada uno de ellos cierta cantidad de maíz y frijol, de manera que pudieran sostenerse durante la primera semana hasta que recibieran sus salarios.
El encargado de la tienda se rió de la petición. “A estos perros no les daremos ni agua”, es la respuesta que se le atribuye. Fue entonces cuando una mujer, Margarita Martínez, exhortó al pueblo para que por la fuerza tomase las provisiones que le habían negado. Así se hizo. La gente saqueó la tienda, la incendió después y, por último, prendió fuego a la fábrica, que se hallaba enfrente.
El pueblo no tenía la intención de cometer desórdenes; pero el gobierno sí esperaba que éstos se cometieran. Sin que los huelguistas lo advirtieran, algunos batallones de soldados regulares esperaban fuera del pueblo, al mando del general Rosalío Martínez, nada menos que el subsecretario de Guerra mismo. Los huelguistas no tenían armas; no estaban preparados para una revolución que no habían deseado causar; su reacción fue espontánea y, sin duda, natural. Dispararon sobre la multitud descarga tras descarga casi a quemarropa. No hubo ninguna resistencia. Se ametralló a la gente en las calles, sin miramientos por edad ni sexo; muchas mujeres y muchos niños se encontraron entre los muertos. Los trabajadores fueron perseguidos hasta sus casas, arrastrados fuera de sus escondites y muertos a balazos. Algunos huyeron a las montañas, donde los cazaron durante varios días; se disparaba sobre ellos en cuanto eran vistos. Un batallón de rurales se negó a disparar contra el pueblo; pero fue exterminado en el acto por los soldados en cuanto éstos llegaron. No hay cifras oficiales de los muertos en la matanza de Río Blanco; si las hubiera, desde luego serían falsas. Se cree que murieron entre 200 y 800 personas.
La noticia de la matanza de Río Blanco cundió rápidamente por todo el país. Toda la clase obrera mexicana y todo el pueblo de México en general se estremecieron ante semejante crimen, ante semejante muestra de barbarie del régimen porfiriano y, desde el momento en que se conoció, dispuso los ánimos para sacar al dictador del poder, por la buena o por la mala. Así comenzó la Revolución Mexicana.
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